Cada 31 de octubre pienso que lo único bueno que me trae Halloween es recordar aquellos maravillosos años cuando esperaba con ganas que mi padre saliera de trabajar para irnos de puente a mi querido pueblo.

El 31 de octubre significaba que llegaba uno de esos días señalados en el calendario que van precedidos de otros tantos con cruces rojas. ¡Por fin! Rumbo al pueblo de nuevo, a disfrutar de unos días en ese lugar que tan bien olía a norte.

Nunca necesitamos brujas, ni zombies, ni caras manchadas de sangre… Sólo necesitábamos horas para aprovechar al máximo de nuestros fines de semana juntos.

Halloween es una fiesta que no me gusta nada, no entiendo la necesidad de disfrazarse de cosas tan desagradables y darle miedo a la gente. Sólo me animé a participar en una fiesta de Halloween cuando estaba de Erasmus y os aseguro que no tenía nada que ver con sangre, cabezas cortadas, ojos negros ni nada parecido.

No he vuelto a hacerlo y no creo que lo repita. Ahora soy de las que prefiero quedarme en casa disfrutando de la noche libre en el sofá viendo la tele, por supuesto, nada de miedo.

A pesar de que Halloween cada vez me gusta menos, siempre me trae buenos recuerdos de aquellos maravillosos años… así que, ¡Feliz Halloween a todos!

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