• Sí, quiero.

¡Y claro que quería! ¡Cómo no iba a querer si era el hombre de su vida!

Bastaron dos simples palabras para continuar una historia que siempre se había escrito como única. Una ciudad, Florencia, dos corazones destinados a encontrarse en cada una de las esquinas, un mismo latir, unos labios que dibujaban sonrisas con sólo pronunciar el nombre del otro.

Fue como ella siempre había soñado. Él lo sabía, conocía cada uno de sus pensamientos y lo que indicaban cada uno de sus actos. Su intención era acompañar sus pasos el resto de su vida. Como lo había hecho durante todo este tiempo, como lo seguiría haciendo sin que un papel firmado cambiara en nada su relación. Pero quería pedírselo, simplemente, porque tenía en su mano el poder de hacer un sueño realidad.

Era el escenario perfecto. Una cena romántica, un paseo bajo la lluvia de Florencia mientras los dos se acurrucaban debajo de un paraguas diseñado únicamente para uno. ¡No importaba! Era una excusa más para buscar el contacto del otro, aunque, a ellos, hacía tiempo que le sobraban las excusas.

Llegaron al Ponte Vecchio, él se quedó cerrando el paraguas mientras ella miraba con encanto el fluir del Río Arno. Ella aspiró, su pecho se hinchó para inhalar todo el aroma que desprendía su ciudad, cerró los ojos recordando todo lo que había vivido hacía seis años. La primera vez que viajaron juntos pusieron un candado con el que juraron su amor, recuerda como él besó la llave y la tiró con fuerza al río, para que se quedara en lo más hondo, sin posibilidad de que ese candado pudiera volver a abrirse.

  • ¿Qué haces? – se giró ella para buscarlo.
  • Si ya lo sabes… – contestó él abrazándola por la cintura, susurrando lentamente a su oído sin dejar que ella se girara.

Ella apretó las manos de él, que rodeaban su cintura, sonrió, cerró los ojos y se giró. Él la miraba emocionado, sus ojos brillaban como siempre lo hacían cada vez que estaban juntos, estaba nervioso, cogió sus manos y le dijo las palabras que llevaba todo el día relatando para sí mismo.

  • ¿Te quieres casar conmigo? – sus ojos brillaban cada vez más, sintiendo la emoción del momento, sus manos agarraban las manos de ella con fuerza y el resto del mundo había dejado de existir.
  • Sí, quiero – respondió ella dándole un beso, rozando esos labios que cada día deseaba acariciar con los suyos.
  • Te quiero. Eres la mujer de mi vida, durante todo este tiempo he sido el hombre más feliz del mundo a tu lado. Quiero que estemos juntos siempre – paró para limpiar una lágrima que le caía por su mejilla – Eres la mujer más increíble que existe. Quiero que sigamos juntos toda la vida y quiero que toda esa vida tengas la sonrisa que has tenido aquí durante todo el día.
  • ¿Pero por qué lloras amor? – dijo ella, también llorando.
  • Porque quería que saliera todo bien – emocionado le da un beso en la mejilla – Quería que fuera especial, como siempre lo habías soñado.
  • Siempre lo soñé, pero nunca, ni tan siquiera, me acerqué a la intensidad de lo que acabo de sentir. Te quiero, te quiero muchísimo y te voy a querer toda mi vida. Gracias. Gracias por todo, por traerme a Florencia, por cuidarme, por seguir cada uno de mis pasos. Gracias por hacerme feliz. Gracias por hacer mis sueños realidad.
  • Gracias a ti por compartir tu vida conmigo, creo que es el mayor regalo que se le puede hacer a alguien – respondió él.

Los dos se fundieron en un abrazo intenso, apretando sus cuerpos con tanta fuerza queriendo sentirse uno, queriendo retener ese momento para siempre. Ambos podrían afirmar que fue el momento más hermoso que jamás habían vivido.

  • Te he comprado un regalito – dijo él sacando de su bolsillo una cajita roja que llevaba escrito un ‘Tu y yo’ con un corazón. Ella la cogió, la abrió y vio una cadena de la que colgaba un candado con un símbolo de infinito encima. También vio una notita y fue lo primero que cogió.
  • Vale por una boda inolvidable… – leyó lo que ponía emocionada. La última nota de una lista que había ido abriendo durante toda la tarde. Notas que escribió ella y le dio a él en su último aniversario. Vales para que los utilizara cuando quisiera. Y él había elegido ese día para hacerlo – ¡No me acordaba de que había escrito esta también! – se emocionó a leer las palabras escritas por ella misma- ¡¿Cómo se te ha ocurrido usarlas ahora?!
  • Eran vales que tenía que canjear y no se me ocurrió mejor momento – sonrió él feliz al verla tan contenta.
  • Y el candado… ¡es tan especial! – cogió la cadena en sus manos y miró ensimismada la el candado que colgaba de ella – ¡Y tiene un símbolo de infinito encima! – ¡Gracias! – se lanzó a sus brazos sin dejar de besarlo.
  • Ya sabes lo que significan para nosotros los candados – dijo él orgulloso.
  • Llevabas todo el día nervioso. ¡He notado que casi no has cenado! – se colgó ella de su cuello. Él empezó a reírse a carcajadas y ella lo acompañó – Si lo tenías muy fácil… ¡Sabías que iba a decirte que sí!

Los dos se abrazaron una y mil veces, se miraron a los ojos y él volvió a pedirle una vez más que se casara con él, que lo acompañara el resto de su vida, sabiendo, que su destino estaba escrito en el mismo papel. Él jamás temió la respuesta de ella, tenía la certeza de que iba a decirle que sí porque sus actos se lo demostraban cada día.

Y sí, había estado nervioso todo el día y ella, también. ¿Acaso es posible volver a sentir nervios después de tanto tiempo y tanta confianza con alguien? Sí, ¡claro que es posible! Y eso tiene un solo significado: ¡Qué cada día hay ilusión! Que da igual los años que pasen, las experiencias que se vivan, los momentos malos que hacen mella y los buenos que se quedan para siempre. Da igual que pasen trescientos sesenta y cinco días cada año, que se sigan sumando y sumando y que cada día te levantes con la misma sonrisa al mirar al otro lado de la cama y ver quién comparte su vida junto a ti. Ella tenía la certeza de que vinieran los días que vinieran, siempre serían mejor con él.

Imagen: http://www.blogenpap.it

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